domingo, 2 de septiembre de 2012

Una historia.


Y así se lo dijo, tan bruscamente. Tan despiadada, golpea y ya. No le importan las manchas de sangre que quedarán en sus puños, no le importa la escena del crimen que se desarrollará en un futuro, no es consiente de lo que puede llegar a pasar y aunque lo fuera tampoco le prestaría antencion. Quiere descargar su furia, su ira, su odio y dejar ese rostro marcado para siempre. Quiere que esa persona sienta dolor interno, un dolor que va mas allá de lo existencial, un sufrimiento eterno horrible tan doloroso que te hace desear la muerte pero sin tener el valor de atreverse a terminar, por miedo a que ese dolor siga más, aunque sabe que lo hará de todas formas.
Lastimar, atacar, degollar. Son las palabras que rondan en su cabeza, sobre todo hay una que resalta, quemar. Pero, no. No sería divertido, quiere hacerlo con sus propias manos quiere tener la marca de que lo hizo, la sensación de odio que cubre sus manos con un tono rojizo intenso, casi llega a quemar de lo suave de lo leve que se ve. Y así se consume en su propio odio y se apaga la llama del vivir. Y así termina la historia versatil, esa historia tan despiadada y llena de fuerza, de salvajismo y sobre todo de sentimientos impulsivos.

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