Fuimos magia. Tocábamos el cielo con las manos, con el alma. Me elevaste hasta lo más alto del universo y floté sobre todo los problemas, ajena a ellos. Lo hicimos, juntos.
Somos de vez en cuando esa esperanza, latente, creyendo que nos hacemos bien. Que nos amamos, que nada es tan malo y que el tiempo en realidad se detiene ante nosotros.
Que en un suspiro tuyo sobre mis labios está ese deseo de nunca querer que me vaya. De que un parpadeo me acaricies el alma. Y que en una caricia sanes hasta mi más profundas heridas.
Fuiste un símbolo de riqueza, de prosperidad y de alegría.
Pero todo se perdió. Se desvaneció ante mí como aquellos fantasmas que me persiguen.
Mis cicatrices me arden cuando te pienso o te siento. Y mi pecho lleva un corte profundo, estoy rota.
Estuve en vela por vos muchos segundos, irónico, estuve apostando en vos muchos meses.
Y suelo actuar como que no me importa. Como si nada me estuviera pasando, como de costumbre. Pero llevo mis heridas a flor de piel y se nota. Si prestas atención se nota. Y me siento tan vulnerable.
Insistís en que estemos juntos. Insistís y me marcas cada vez más.
Porque lo fuimos todo. Y lo tiraste a la basura. Y yo lo junté y me lo quedé, y lo cuido, como te dije como un tesoro.
Insistís en algo que vos mismo rompiste. Insistís en tenerme cuando lo tenías todo y me destrozaste. Y me humillaste miles de veces.
Me fui, me fui porque sabía que por más cambios que hubieran no era algo que estaba a tu alcance. Me fui para no morir y marchitarme a tu lado.
Me fui y no me arrepiento. Porque como se daban las cosas, ya me habías soltado.
Ese paralelismo me mata. Me siento degollada.
Y días como hoy me hubiera gustado que nada cambiara. Días como hoy me hubiera gustado que supieras amar. Valorar y ver.
Que entendieras de matices y dimensiones. De códigos y de arte.
Supongo que los sueños no están hechos para nosotros.
Supongo que los sueños son sólo para gente con plata. O con el alma sana.
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