Bienvenidos,
sí, les doy la bienvenida a este relato que hoy le traigo a usted, lector. Mi
nombre es Eliana Antonella Juarez y quiero contarte una historia que comienza
un día caluroso en el colegio al que iba. Allí solíamos tener exámenes finales
para las materias correspondientes al área artística (asistí a un colegio
orientado en las artes visuales) A estos exámenes finales los conocíamos como
“troncales”; que consistían en presentar, a modo de exposición (o galería)
todos los trabajos hechos durante el año. No suena muy interesante, difícil o
digno de ser relatado, pero usted necesita conocer esta información para
ubicarse en lo que voy a contar a continuación.
En estas épocas todos nos volvíamos
locos, pero era una locura muy extraña. Podíamos ver a los estudiantes
caminando a lo largo de los pasillos mirando hacia el horizonte, sumergidos en
pensamientos y preocupaciones. No existía posibilidad de hablar con ellos,
puesto que estaban perdidos en sus mentes. Y si te arriesgabas, debías ser
consciente de que, luego de tu intento fallido de socialización, te exponías a
un tsunami de frases que rozaban (y muchas veces cruzaban) el límite de la
histeria. Frases tales como “Tengo troncal de grabado el lunes y vos no me
dejás pensar que tengo que hacer” o también sucedía que interrumpían lo que vos
estabas diciendo con un “Callate, callate” para luego ser absorbidos por el torbellino de ideas.
Así se vivía el cierre del año en la
Escuela de Bellas Artes Lola Mora, pero valía la pena. Pasar por todo ese
estrés, los miedos, la preocupación, la sobre exigencia (que uno mismo se
imponía), la ira y la depresión, cobraba sentido una vez que te sentabas (a
principio del año siguiente) en las nuevas sillas de tu recién formado curso. Y
te olvidabas de todas esas sensaciones (o las mirabas ya desde muy lejos) para
dejar entrar a tu corazón otro tipo de emociones, y así, renovar tu estado de
ánimo para dar lugar a todo eso que es el por venir.
Muchas gracias por leer, y saludos.
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