Miraba aquella hoja como si fuese la primera maravilla universal, al son de una canción de rock and roll un tanto agresiva. Pensaba en qué tenía que escribir y se me ocurrían muchas frases filosóficas, pero en el trayecto de mi asiento a mi habitación, donde se encontraban mis hojas de escritura, esas frases se caían , sí... En un pozo profundo del olvido. Se perdían y guardaban en un cofre del tesoro de unos piratas de mi mente que no se habían dibujado ningún mapa. Eran secretos mágicos que decían cómo hacer bien las cosas, o como sobrellevar mejor los problemas. Secretos que solo yo sé y siquiera en consciencia.
Mis poemas se escapan, mis escritos se desvanecen, mi mirada se vacía tanto o más que mi mente.
Detuve la música, no me permitía pensar. Ya me era suficiente con mis repentinos olvidos, no necesitaba forzarlos. Aparte de eso prefería escribir escuchando el canto de la naturaleza que me llamaba a gritos para que dejara mi lapicéra, mis hojas y saliera corriendo hacia el fin del mundo, hacia la nada o hacia todo quizá. Quería unirme a ese canto fresco que me seguía llamando constantemente, quería gritar, escapar y encontrar cosas que nunca vería en mi mundo diario, pero sin embargo está.
Cuando las personas de otros lugares escapan, vienen hacia aquí...Y, encuentran lo que yo allá.
Actualicé con lo siguiente "Plasmando mi mente en un papel, con mi pluma y mis hojas", al enviar eso, me sentí muy egoísta "mi mente, mi pluma, mis hojas, mi, mi y mi...", más allá de que sea reiterativo poner "En un papel [...] mis hojas" la posesión de las cosas era total, o casi. ¿Por qué? Porque yo creo en mi nada más, porque en mi mundo yo soy el núcleo, así como también supongo que cada persona es su mundo.
Traje tre hojas conmigo, aunque sé que voy a usar solo una.
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