domingo, 24 de octubre de 2021

 Me aislo, me encierro, la cama nuevamente es una prisión. Es como si estuviera acostumbrada y tiendo a ir a la depresión. 

Es grave, acumulativo, no puedo frenar este tren. Y casi dos veces por semana caigo, y a las 20 estoy tomando más dosis de la que debería para entrar en sueño. Y no me interesa perder el día, o que las horas pasen, o si mi pareja se ve afectada. Esto no tiene que ver con eso. Tengo que perderme, me supera el llanto y la angustia. Me entra el dolor y la culpa y quiero lastimarme, y me sedo para no dañar ni dañarme. 

La rutina me mata, me seca, entre el aislamiento y la rutina me vuelvo un monstruo. Y en la soledad me doy con todo.

Me maquillo durante el día y parezco, y soy otra persona, es otro mundo, que creo para poder llevar a cabo mí vida hoy por hoy, que es inmensamente ineficaz. 

Todos los días me despierto a la misma hora, apagó las mismas 3 alarmas y a la cuarta me levanto, enchufo la plancha para el pelo, que me recuerda a mí tía, y que todo lo que tengo es regalado, aún no sé cómo llegué hasta acá. Sigo, pongo la pava para calentar agua, me hago un te con leche que me recuerda a mí infancia, mis desayunos antes de ir a la primaria, como dos galletitas porque ya se me cerró el estómago de tantos recuerdos abrumadores. 

 Me pongo lentes de contacto, porque no veo nada. Miro mí piel, ahora en alta definición, mis imperfecciones, mis ganas de morirme y la tristeza de mis ojos. Y siempre la misma idea, de volver a la cama a no ser nadie y de que me importe nada la vida. No hago caso y agarro base, corrector, cosas insignificantes, que no vienen al caso. Maquillada aún se ve la tristeza en mis ojos. 

 Me cambio, y me voy antes de escuchar ese demonio que me dice quédate, apaga el celular y que todo se vaya a la conchs de su madre. 

 De camino al trabajo escucho 2 o 3 temas que me levanten el ánimo, ya llegó agotada de haber pensado todo esto. Y salgo aún más agotada, porque estos pensamientos no se van y arrastro los del trabajo también. 

Se caen mis párpados instintivamente ante la pesadumbre de mí angustia, me declaro la guerra a mí misma y apuesto a que mañana será otro día. Donde no me sienta mal, dónde me sienta afortunada de lo que logré y lo que tengo. 

Pero mi dolor me impide ver. 

Yo no soy nada, aún cuando tenga lo que tenga, aún cuando llegue a donde llegue. Un tren, una pastilla y busco el consuelo que no encuentro en mí. 


jueves, 7 de octubre de 2021

Mi blog adolescente

 Este fue ese espacio que hoy por hoy tengo, o quisiera, en terapia. 

 Donde mis palabras salían a borbotones como si mí alma escribiera directamente. Con este blog intentaba hacerme entender, mostrándolo a los que me rodeaban. Y nunca lo logré. 

 Muchos leían y... Bueno, algunos, decían que era impresionante el modo en que me expresaba. Otros sentían tanto rechazo como si fuera que estuvieran leyendo algo prohibido, algo tabú. 

Siempre me gustó poner a las personas en una dicotomía, en un debate consigo mismos. Es lo que esperaba hacer cuando fuera docente, para que mis alumnos aprendieran. 

Hoy, que no soy docente, ni tampoco piba, esa actitud es de una mina que es jodida hasta el culo. Y sí, soy jodida. Media histérica, difícil porque me la complico sola, porque mi forma de tratar a los demás es peor conmigo misma. Que si, que tengo que entrar en debate también conmigo. 

Hoy por hoy, no me siento tan mal, es más hasta diría que le perdí el gusto al mal estar y la angustia. Que fueron como una droga y un rol muy cómodo para estar. 

Hoy sé que soy fuerte, una mina de fierro, que tengo carácter porque la gente de mierda me arrebató y me dejó en la lona un montón de veces, y muchas aguanté porque, ingenua, pensé que esa gente actuaría como yo. 

El mundo es cruel, es una realidad. Es injusto. 

Y a ningún sistema de orden, sea burocrático o no, le interesa. Algún que otro al que le salpicó la mierda se da cuenta. 

Yo siempre quise ayudar, recuerdo que tenía 9 años y era de noche, hacía frío y yo estaba en mi casa con un plato de comida y un techo. Pensaba en la gente que podía estar tirada en el piso frío, sin haber comido, sin reparo del viento. Y me nacía levantar el plato y encarar a la puerta para salir a buscar a esa persona que en mi mente encontraría al salir a la puerta. Me detenía mamá diciéndome que me dejara de comer y que comiera, que no pensara en eso, como si ignorar el dolor del hambre ageno hiciera que no existiera. 

Ayudé mucho en la iglesia, enseñé, viví, sufrí. Cuando salí de la iglesia me sentí pérdida, pero acompañada. Mi fe intacta sabe dónde encontrar a mi Dios. 

De todos modos, nunca pude ignorar el dolor ageno y dejar de sufrir por ello. Y esto me hizo sentir en desamparo por muchos años. 

Es un poco de lo que me sale escribir hoy, por mí. 

Porque hallé este blog, lleno de dolor, de heridas que existían y que hoy trabajo desde otro lado. 

Quizás vuelva a escribir, y quizás vuelva algún día a estar en paz conmigo. Con todo esto.