Me aislo, me encierro, la cama nuevamente es una prisión. Es como si estuviera acostumbrada y tiendo a ir a la depresión.
Es grave, acumulativo, no puedo frenar este tren. Y casi dos veces por semana caigo, y a las 20 estoy tomando más dosis de la que debería para entrar en sueño. Y no me interesa perder el día, o que las horas pasen, o si mi pareja se ve afectada. Esto no tiene que ver con eso. Tengo que perderme, me supera el llanto y la angustia. Me entra el dolor y la culpa y quiero lastimarme, y me sedo para no dañar ni dañarme.
La rutina me mata, me seca, entre el aislamiento y la rutina me vuelvo un monstruo. Y en la soledad me doy con todo.
Me maquillo durante el día y parezco, y soy otra persona, es otro mundo, que creo para poder llevar a cabo mí vida hoy por hoy, que es inmensamente ineficaz.
Todos los días me despierto a la misma hora, apagó las mismas 3 alarmas y a la cuarta me levanto, enchufo la plancha para el pelo, que me recuerda a mí tía, y que todo lo que tengo es regalado, aún no sé cómo llegué hasta acá. Sigo, pongo la pava para calentar agua, me hago un te con leche que me recuerda a mí infancia, mis desayunos antes de ir a la primaria, como dos galletitas porque ya se me cerró el estómago de tantos recuerdos abrumadores.
Me pongo lentes de contacto, porque no veo nada. Miro mí piel, ahora en alta definición, mis imperfecciones, mis ganas de morirme y la tristeza de mis ojos. Y siempre la misma idea, de volver a la cama a no ser nadie y de que me importe nada la vida. No hago caso y agarro base, corrector, cosas insignificantes, que no vienen al caso. Maquillada aún se ve la tristeza en mis ojos.
Me cambio, y me voy antes de escuchar ese demonio que me dice quédate, apaga el celular y que todo se vaya a la conchs de su madre.
De camino al trabajo escucho 2 o 3 temas que me levanten el ánimo, ya llegó agotada de haber pensado todo esto. Y salgo aún más agotada, porque estos pensamientos no se van y arrastro los del trabajo también.
Se caen mis párpados instintivamente ante la pesadumbre de mí angustia, me declaro la guerra a mí misma y apuesto a que mañana será otro día. Donde no me sienta mal, dónde me sienta afortunada de lo que logré y lo que tengo.
Pero mi dolor me impide ver.
Yo no soy nada, aún cuando tenga lo que tenga, aún cuando llegue a donde llegue. Un tren, una pastilla y busco el consuelo que no encuentro en mí.