Te entiendo.
Entiendo tu dolor.
Entiendo tu negación.
Entiendo muchas cosas que te pasan y que estás callando.
Entiendo esas ganas de dejar de existir para no molestar ni preocupar.
Entiendo tu soledad y tus ansias de ya no estarlo.
Entiendo cuando pensás que no se puede confiar en nadie, y con esperanza en el pecho, volves a empezar otra historia. También entiendo lo que se siente que te rompan una y otra vez.
Que nadie te escuche. Y no querer realmente que te escuchen ni que te entiendan, porque primero querés entender vos. Antes de que alguien más diga qué te pasa.
Entiendo tu rechazo al mundo real. Tu apego al virtual y la fantasía.
Sé lo que se siente querer gritar para que el sonido de tus gritos sean más fuertes que tu dolor. Comprendo lo que es que tu alma se desangre día tras día y que nada de lo que hagas cambie esa realidad.
Y sé que nos pasa a todos.
Y que eso no lo hace menos terrible o menos sentido. Si no más invisible.
Entiendo cuando te responden intentando ayudarte, pero confrontandote y vos callas.
Pero hablás con la mirada dolida.
Entiendo tu aislamiento. Y tus ganas de no salir al mundo.
Entiendo tus llantos ahogados.
Tu necesidad de ser escuchado.
Tu capacidad de callar lo que te pasa por años.
Tus ganas de llorar y decir que es injusto.
Pero no hacerlo porque hay que ser agradecido. Y no querés ser grosero.
Entiendo tu lucha interna. Y tus cambios de humor.
Y tus ganas de ya no ser una molestia para nadie.
¿Y sabes por qué entiendo todo esto?
Porque yo también me siento así.
Y también estuve al borde de ese abismo.
Y como vos lloré sangre y me partí en dos.
Y así, con esa mirada, quebrada, yo también caminaba y buscaba un poco de aliento en los demás.
También busqué amor en los brazos de alguien que no tenía idea del mundo que yo llevaba dentro.
También quise ser ese ángel que no tuve, salvando a alguien de esos miles de demonios. Mientras que en mi propia habitación los fantasmas no dejaban de aparecer, ni las voces dejaban de decirme lo estúpida e inservible que era.
Pero el dolor no es por siempre.
Sé que parece que jamás cesará y que tus heridas son estigmas de tus experiencias.
Pero las lágrimas un día ya no caen. Y no porque tengas la garganta seca y el dolor continúe. Si no porque un día, ya no duele tanto.
Y esas heridas se van cerrando. Aún cuando insistas en que son tuyas y no las quieras ir.
No. No son vos. Esas heridas, esas lágrimas, ese dolor.
No sos vos.
NO es tu identidad.
Liberate.
Llorá lo que tengas que llorar.
Aislate lo que necesites aislarte.
Gritá, pataleá, quejate.
Pero no para siempre.
Salvate.
Porque a veces los tóxicos somos nosotros mismos.
Salvate.
No te consumas a vos mismo.
Vales mucho más.
Tenes esas alas. Usalas.
Volá.
Pero volá bailando y mostrando tu esplendor.
Porque eso que sos.
Sos esa libertad de ser.
De caerte de vez en cuando.
De romperte y arreglarte, para tu deleite.
Sé. Dejate ser.