Me sabía a gloria el placer exclusivo de percibir ese tacto de tu mirada. Y mi piel reaccionaba al aparecerse esa imagen en mi mente.
Te sentía lejos y quemaba. Cerraba los ojos y me imaginaba en tu cama. Te imaginaba. Demasiado lejos a mi lado y encima mío. Y de pronto tan cerca que podrías haber tocado un pedacito de mi nirvana.
Hoy busco como loca desesperada una parte tuya en mis recuerdos. Aquellas imágenes que se deslizan en mis hombros como una promesa de lo que fue y aquello que podría ser.
Quiero beber de esas gotas de éxtasis, inyectarme en las venas ese agarre y guardar en mi piel el sello de cada embestida.
Tomar con tu permiso aquellos matices que dibujan tus músculos al contraerse ante mis gemidos.
Guardar en mi placer aquel sonido que culmina en toda tu intimidad.
Romper mil mundos sólo con vibraciones de nuestras gargantas.
Y hacer un trueque, con la magia y la bulgaridad. Y dejarse llevar por el baile de tu pelo cuando recae sobre mi rostro.
Deleitar juntos cada rayo de sol, cuando me ofreces una taza con café en el desayuno. Y cada enfoque de la noche, cuando juntos, descansamos uno en el otro. Consolando el vacío. Previo al ardor de tu ausencia en lo cotidiano.
El mismo que hayo en mis sollozos cuando te escribo. Y en este momento, cuando tus recuerdos se escapan y juegan. Y me hacen cosquillas en pecho, en los pechos y el abdomen. Y finalizan su recorrido abrasando mis piernas.