jueves, 3 de diciembre de 2015

Alcohólicos anónimos

Nos habían dicho que sería nuestra última sesión en el grupo de alcohólicos anónimos. Éramos los únicos hombres en el grupo y disfrutábamos mucho esa exclusividad, se nos daban muchas cosas. Nos conocimos en una pelea del barrio, nos tocó enfrentarnos en aquella ocasión. Si bien ambos sabíamos pelear bastante, teníamos diferentes modos de lucha. Pero nos unía la fuerza y la ferocidad con la que atacábamos. Nunca había peleado con alguien así, estaba embriagado y no por el alcohol que recorría mis venas, si no por la ira y la sed de sangre. Pero ninguno ganó. Bajamos los brazos antes de lastimarnos con gravedad, aunque sufrimos muchos daños. Pasó el tiempo y la vida nos volvió a unir. Con la misma fuerza que nos caracterizaba luchábamos por deshacernos de nuestras adicciones. Ambos trabajábamos en la misma planta. Sólo que él estaba en un puesto menor y yo había renunciado. Decidí tomarme un año sabático pero por algún motivo comencé a trabajar en otro lugar. Volví a renunciar cuando mi adicción se hizo más fuerte y no pude controlarme más. Faltaba muchas veces al trabajo por quedarme tomando en casa, y es que no quería salir de mi habitación. Hablaba con Andrés cada día, me contaba sus problemas con el alcohol. A pesar de ser un adicto fase 3 y yo uno fase 5, encontrábamos uno con el otro, ese apoyo y cariño que tanto necesitábamos. Ambos teníamos un vacío que intentábamos llenar con el líquido adictivo, pero ese vacío jamás se llenaba. Y nunca iba a hacerlo, porque lo único que llenaba al menos una parte de ese vacío era hablar con él, reírnos juntos y pasear un rato. Saber que teníamos a alguien en quien confiar, alguien que nos entienda y entenderlo también, un amigo de verdad. Un día negro e insoportable, su padre apareció de las tinieblas. Él era una persona muy negativa y ególatra. Absorbía a Andrés sólo para satisfacer su propio vacío interior. Jugaba un juego edípico y lo disfrutaba. Más cuando veía caer las lágrimas de Andrés sobre sus piernas. El problema no era su estúpido juego, si no que él se creía sano. Y alardeaba de eso siempre que nos juntábamos. ¿Qué clase de persona se hace afán de ser saludable en frente de dos personas enfermas? ¿Éticamente es eso correcto? Y si no lo es ¿Es esa persona realmente saludable? Había un fallo, una brecha que yo no podía llenar. No sabía cómo manejarlo, era su padre y lo estaba destrozando, a su propio hijo. Me enfurecía la idea de que lo manejara como una marioneta, fingiendo que lo ayudaba y así manteniéndolo cerca. Mario, el padre de Andrés, le planteaba dudas, le gritaba en su cara que estaba enfermo y luego le decía que no lo estaba. Repito ¿Qué clase de persona hace eso con un enfermo? ¿Cuál es su premio? ¿Satisfacción? Sea lo que sea, su enfermedad era más peligrosa que la de nosotros. Porque al menos sabíamos cuál era nuestra adicción, pero él… Su adicción lo carcomía por dentro y funcionaba como una máquina perfecta, “acción y reacción”. Luego una falsa sonrisa de victoria que llenaba esa inseguridad que tenía. La adicción de Mario era verlo sufrir a Andrés, o a quien fuera que él viera como “inferior”. Algo que aprendimos en el grupo de alcohólicos anónimos fue que nuestra satisfacción cuando bebemos es sólo temporal. Y que así como nos sentimos a gusto, luego nos sentiremos el doble de mal y de perdidos. Por eso mismo es una adicción, no puedes parar de consumir porque te sientes mal y quieres sentirte a gusto. Pero después, el dolor es doblemente fuerte y ahí vuelves a beber, nuevamente para sentirte a gusto. Su padre le dijo una vez que debía alejarse de mí porque yo sabía lo que él era y tenía el poder para alejarlo de él, pero también porque “éramos dos borrachos intentando dejar el alcohol pero que lo único de lo que hablábamos era de lo bueno que era beber” y mi furia despertó. Voy a decirte algo Mario. Y me dirijo directamente esta vez, como una carta personalizada. Los adictos hablan de sus problemas para superarlos no para negarlos y esconderlos haciéndonos los fuertes, porque eso es una careta, un personaje que sólo demuestra cuan débiles y patéticos son. ¿Por qué mierda, decime entonces, existen grupos de alcohólicos anónimos? ¿Para jugar a la ruleta rusa? ¡No! Es porque cuando uno habla de sus adicciones, encuentra el por qué se es adicto. Una vez que se encuentra el problema, se resuelve y ya. Y me da POR LAS PELOTAS que Ud. Señor, se crea el que tiene la respuesta para una adicción. Porque no creo que jamás su adicción haya sido tan fuerte como para susurrarle que lastime. ¿Y sabe Ud. Acaso por qué aceptamos los susurros? Porque nos dicen exactamente lo que no queremos escuchar. Nos dicen en qué nos equivocamos, nos lo gritan y la mayoría de las veces lo disfrutan. Pero Ud. Señor, no puede actuar como si fuese una adicción para Andrés. No puede hacerlo porque Ud. Es un simple y estúpido adicto encubierto. Que sólo quiere que me aleje de él para que caiga en sus garras y así Ud. pueda manejarlo como se le canten los cojones. Pero no, no le voy a dar el gusto. Porque yo estoy aquí, a su lado, para ayudarlo. Y voy a estar siempre, a diferencia suya. Nos vemos en el infierno, o en el grupo de alcohólicos anónimos, cuando choque contra la pared y se dé cuenta que no es más ni mejor que nosotras, si no un simple adicto pero con diferente sustancia.